La otra cara del Botox

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El Botox se ha convertido en el fiel amigo de todos aquellos que se rehúsan a dejar que el paso del tiempo haga estragos en su apariencia física, buscando formas de mantener su rostro siempre joven y terso a pesar de la edad que se tenga, sobre todo cuando se trata de personalidades conocidas del mundo público que viven de su apariencia.

Así, son muchas las personas que pasan por este tratamiento de vez en cuando para darse un retoquito a su belleza natural y que son muestra de la efectividad de esta técnica y de los buenos resultados que ofrece. No obstante, cuando nos volvemos adictos a este tipo de intervenciones estéticas podemos acercarnos más al lado oscuro de estos tratamientos.

De esto ya se ha escuchado mucho, casos de personas que se pusieron en manos de médicos y clínicas que alegaban ser certificados y profesionales en materia, ofreciendo precios bastante económicos para atraer clientes, y que resultaron ser un fiasco, dejando a su paso más de un desastre estético y por supuesto, más de una demanda.

También hemos escuchado de estos casos de cirugías estéticas que salen mal y cuyos resultados no quieren mostrarse ni al espejo, o de estos famosos que se obsesionan con las cirugías hasta el punto de la deformación.

La cirugía estética es de cuidar, ya que puede enaltecer nuestros rasgos más bellos o más bien mostrarnos la cara fea de pasar por el bisturí.

El controversial origen del bótox

La toxina botulimica, ahora ampliamente conocida como Botox, n sus inicios estuvo relacionada con un misterioso envenenamiento que asoló el sur de Alemania en el siglo XVIII. Sucede que el estado de Wuttermberg fue azotado poruna intoxicación alimentaria que incluso se cobró algunas vidas, siendo el origen unas llamadas “salchichas sangrientas” cuya carne había sido la razón de las muertes.

De ahí nació el botulismo, el cual más tarde fue definido por el médico alemán, Justinus Kerner, quien estudió lo ocurrido en esta región y la relación que tenía la ingesta de carne en mal estado con la parálisis vivida por los afectados de aquel entonces, la debilidad muscular, los fallos respiratorios o los espasmos gastrointestinales y en el peor de los casos, con la misma muerte.

Así, este mismo lo describe, para la  revista Journal of the History of the Neurosciences: Basic and Clinical Perspectives, como: “La capacidad de conducción nerviosa se interrumpe por la toxina del mismo modo que sucede con el óxido en un conductor eléctrico”

Ocho décadas después, una nueva intoxicación alimentaria sacudió Ellezelles, un pequeño pueblo belga en el que se llevó a cabo una cena celebrada entre los asistentes a un funeral de la localidad y en donde 30 de esos asistentes se convirtieron en 30 nuevos casos de botulismo, con tres de ellos terminando en muerte, y con todos los demás presentando síntomas como los descritos anteriormente.

Así, tenemos a la bacteria que produce la toxina, Clostridium botulinum, fue llamada así en honor al primer envenenamiento por salchichas registrado en la historia

Luego, el caso fue estudiado por Emile Pierre van Ermengem, catedrático de Bacteriología en la Universidad de Gante, quien se dio ala tarea de analizar el jamón servido a los asistentes, y consiguió aislar el patógeno sospechoso de haber causado la intoxicación. Se encontró que el culpable era Bacillus botulinum, conocido años más tarde como Clostridium botulinum, procedente del  latín botulus (salchicha) —en referencia a la comida que tomaban los legionarios romanos en sus campañas militares.

Van Ermengem reconocía así el trabajo pionero de Kerner, el primero en describir el “envenenamiento por salchichas”, provocado en todos los casos por una sustancia fabricada por la bacteria anaerobia —es decir, capaz de vivir en un medio sin oxígeno—.

Tiempo después, a principios del siglo XX, Alemania fue víctima de un nuevo caso de intoxicación alimentaria, esta vez con alubias blancas enlatadas, relacionadas con el mismo patógeno. De esta forma los expertos se dieron cuenta que el patógeno no solo podía habitar en la carne, sino que también en pescados y conservas caseras, siempre que se encuentren en mal estado o no estén bien cocinadas, por lo que se comenzó a instar prepararlos de forma correcta y garantizar un almacenamiento en condiciones adecuadas para mantenerlos en el estado recomendado para su consumo.

Conclusión, la bacteria Clostridium botulinum produce una toxina que frena la transmisión de mensajes desde las células nerviosas hasta los músculos y que puede provocar graves intoxicaciones alimentarias.

Lo más preocupante, quizá, de esta afección es que aunque no suele darse mucho, y ya se han desarrollado tratamientos para paliar sus síntomas, es una afección bastante graves, con síntomas bastante desagradables, existiendo casos con dificultades para tragar o hablar o con parálisis en todo el cuerpo,; y más aún, con un tercio de todos los casos recibidos que han terminado en muerte.

La toxina botulínica salta a los quirófanos

Dos siglos después de los primeros casos detectados en Wuttermberg, la comunidad científica ha logrado avanzar en el comportamiento de la toxina que los ha provocado y dar con respuestas más amplias.

Hoy en día se sabe que el botulismo es una intoxicación causada por una neurotoxina de naturaleza proteica de gran tamaño que, con un peso molecular de 150.000 Daltons, logra bloquear la transmisión del impulso nervioso.

Dicha proteína es en realidad «una de las toxinas más potentes que existen», explica a Hipertextual Ignacio López Goñi, catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra, y es que apenas dos nanogramos de toxina botulínica por kilogramo de peso son suficientes para matar a una persona

Como se ha evidenciado hasta ahora, el botulismo puede dar cuando se consumen alimentos enlatados o envasados que no hayan sido correctamente conservados, ya que las esporas del microorganismo Clostridium botulinum son muy resistentes, por lo que en el caso de que el tratamiento por calor haya sido insuficiente, es posible que la bacteria pueda desarrollarse dentro de la lata y producir la toxina.

Sin embargo, al trabajar con esta toxina en búsqueda de respuestas, y tratamientos para sus efectos, también se comenzaron a encontrar usos dentro de la medicina y a aprovecharse también para el bien de la ciencia.

Es decir, al ser una toxina que actúa a nivel de la sinapsis neuronal que hay entre una neurona y el músculo, hace que las células nerviosas sean incapaces de transmitir los mensajes correctamente a los músculos, provocando una suerte de parálisis, que ha sido beneficiosa, por ejemplo, para los tratamientos estéticos con Botox

Y es que, tal y como predijo Kerner en su día, lo que era un antiguo problema pronto se transformó en una oportunidad. Tras la II Guerra Mundial, las investigaciones realizadas por Carl Lamanna y James Duff en las instalaciones militares de Fort Detrick (Maryland, Estados Unidos) permitieron cristalizar la toxina botulínica. Así, se abrió la puerta de estudios con carácter clínico, ya que la capacidad de la toxina de ocasionar una parálisis podría ser aprovechada como posible tratamiento de ciertas enfermedades neurológicas y musculares.

Entonces, después de muchos estudios y pruebas, nace el Botox, ese medicamento que usa a la toxina botulínica como principio activo para lograr maravillas a nivel estético, pero también, para la solución de muchos otros conflictos médicos.

El Botox, muchos no lo saben, pero puede ayudar en diversas áreas de la salud, como en el caso del área oftalmológica. La Dra. Cecilia Rodríguez, especialista en cirugía plástica ocular, nos comenta que el Botox es implementado para la corrección de diversos problemas de esta área, como por ejemplo el estrabismo, como lo demostraron Edward J. Schantz y Alan Scott cuando lo usaron por primera vez como terapia.

La comercialización del Botox

En 1989, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (Food and Drug AdministrationFDA, por sus siglas en inglés) autorizó por primera vez la venta del Botox® ya que había demostrado su seguridad y eficacia como tratamiento contra el estrabismo y el blefaroespasmo.

Pero, también más adelante, se comenzó a  usar para otros fines, e incluso, se le sumaron otros medicamentos igualmente diseñados con este mismo activo. Por ejemplo, comenzaron a  aplicarse contra los síntomas de la migraña crónica, la distonía cervical (una afección que causa contracciones involuntarias en los músculos del cuello), la hiperhidrosis axilar primaria (sudoración excesiva en las axilas), la espasticidad (un trastorno que induce una excesiva tensión en los músculos) y lincontinencia urinaria, por problemas en la vejiga. Pero, sin duda, el gran logro de este producto fue como tratamiento para las arrugas.

La otra cara del Botox

Hemos visto al evolución de la toxina botulínica hasta convertirse en al gran ayuda médica que es ahora, no obstante, es importante no olvidar que al final se trata de una toxina que fue descubierta debido a las graves consecuencia que puede traer a la salud y a las muchas vidas que se ha cobrado.

Es un milagro estético, si, pero con un lado oscuro que debemos intentar no descubrir nunca. ¿Nuestra única forma de hacerlo? Ponernos siempre en manos calificadas, no dejándonos llevar por ofertas engañosas, sino solo aceptando ponernos en las manos expertas de un bisturí con certificaciones, permisos sanitarios en regla y reputación comprobada, y por supuesto, teniendo mucha consciencia de todos los cambios que obramos en nuestro cuerpo y de los límites que no debemos cruzar.

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